En este año de letras argentinas queremos homenajear a los escritores con un cuento hecho en la escuela.
Esperamos que les gusten y lo disfruten.
Un
niño sin nombre.
En un país llamado Uruguay, en un lugar muy lejano,
había un pueblo muy pequeño que ni nombre tenía. Era conocido como el pueblo
“Sin Nombre”, pero eso sí, tenía de todo, un hospital, escuelas, una
carnicería, una verdulería y hasta una
biblioteca que era lugar de encuentro de la gente del pueblo, tanto para niños
como para adultos. Esta biblioteca estaba ubicada alrededor de la plaza central
enfrente de la iglesia y cerca del cabildo. Este pueblo tenía una tradición que
venía de generación en generación. Cuando un niño nacía, el padre, un pariente
o amigo, salía corriendo a la biblioteca y en el catálogo de autor, al azar,
elegía una ficha de autor. Esa era la forma de ponerle el nombre a un recién
nacido. Es así que encontrábamos nombres de escritores famosos diseminados por
todo el lugar, sobre todo de literatura infantil, era una forma de conservar al
niño que todos llevamos dentro y de no olvidarnos de ellos que tanta alegría
nos dieron durante nuestra niñez y adolescencia. Podíamos escuchar nombres tales como Ángeles
D, Adela B, Franco V, Laura D, Gustavo R. Ricardo M, Andrea F, Emma W, Graciela
M, Adolfo C, Luis P, Graciela C, Marta N, Javier V, Pedro O, Ana P, Mario A,
Graciela R, Iris R, Laura R, Carlos C, Maria Elena W, Alma M, María Teresa A,
Liliana B, Marcelo B, Oche C, Canela, Norma H, Leo O, Ana María S, Silvia Schu y tantos otros
queridos escritores que hacían de la vida de este pueblo, un lugar de felicidad
otorgada por la lectura. Había un niño que se llamaba Manuel, y tenía un
nombre tan común pero tan común que lo llamaban Numoc, si, queda claro que este
apodo era común al revés. El andaba
triste ya que sus padres habían roto con la tradición del pueblo y por razones
desconocidas para Numoc, no sabía porque no le habían puesto el nombre de
un escritor famoso. Y así andaba por la
vida, sintiéndose diferente. Hasta que
un día cansado, le preguntó a la madre: ¿Por qué me pusieron Manuel y no
hicieron como el resto de la gente? La mamá muy tranquila le respondía: •Date
tiempo y te darás cuenta del por qué”. Esta respuesta no le era grata a Numoc y
todas las tardes cuando salía de la escuela, se iba a una cueva que estaba a
orillas del mar, un lugar para estar solo, pensar, descansar de las miradas de
sus compañeros de clase. Y se pasaba las tardes escribiendo en las paredes de
la cueva con una madera quemada. Y ahí Manuel, conocido como Numoc, escribía
diferentes historias sobre sueños y pensamientos internos que iba teniendo,
generalmente antes de dormir o mientras dormía. Nadie en el pueblo sabía de
esta situación, ni siquiera su familia que pensaba que por las tardes como era
un chico tan solitario se iba a la playa a disfrutar del mar. Ese mar tan
hermoso y cálido que encontramos en el norte de este país tan bello. Un día se mudó una familia al pueblo donde
había una niña de la edad de Numoc que se llamaba Eulalia. Rápidamente ellos se
hicieron amigos ya que ella también se sentía diferente al resto de los niños
por no tener un nombre importante. La amistad fue creciendo, despacio ya que Numoc
era muy tímido y Eulalia que venía de una gran ciudad era más atrevida. Fue
ella quien se le acercó y le pregunto su nombre, fue ella la que insistió con
ser su amiga. Manuel, está claro, Numoc, no le había contado sobre la cueva y
sus tardes en el mar. Cuando salían de la escuela, cada uno tomaba rumbos
distintos. Él a la playa y ella a su casa. Un 14 de noviembre que era el
cumpleaños de Manuel, Eulalia decidió darle una sorpresa y confabulando con los
otros compañeros de la escuela, siguieron a Numoc hasta la cueva para
festejarle el cumpleaños, eso sí, en este pueblo nadie se quedaba sin festejar
su cumpleaños. Era como una fiesta patria.
Al llegar a la cueva, Numoc no estaba ya que ese día no escribía, no, era
su cumpleaños y se tomaba un descanso y se iba a caminar por las extensas
playas pensando en la respuesta de su madre. Los compañeros junto con Eulalia
entraron a la cueva y sorprendidos por lo que veían, empezaron a leer las
distintas historias que Numoc había escrito en las paredes, estaban anonadados,
no podían de dejar de leer. Atrapados por las distintas historias, leían y
leían sin parar. Entre ellos se decían, “Qué lindo que escribe Manuel” no
decían Numoc, ya que a partir de ese momento, fue llamado Manuel y su nombre se
hizo conocido en todo el pueblo. Él ya era un escritor famoso. De repente,
entro Manuel a la cueva y todos lo recibieron con un aplauso, tan fuerte
pero tan fuerte que el mar se ponía
bravío y hasta se escuchaban los aplausos en el pueblo que estaba a unos dos
kilómetros. Ese día, sí, un 14 de noviembre, por fin Manuel entendió la
respuesta de su madre. Ella sabía que su hijo no necesitaba el nombre de otro,
ella sabía que Manuel iba a encontrar su vocación como lo habían hecho tantos
escritores de literatura infantil. Y a partir de ese día, Manuel, sí, Manuel
vivió feliz en ese pueblo sin nombre con tantos nombres conocidos.
Comentarios
Publicar un comentario